Un viaje a través de la serenidad celestial y la trascendencia
Un templo flotante, a la deriva en un mar de estrellas y luciérnagas, formado a partir de mármol translúcido y ramas esqueléticas. Un monje solitario (cabeza afeitada, túnica translúcida) se arrodilla ante un altar de planetas derretidos, huesos antiguos y hierbas fragantes que arden con fuego azul. Los símbolos celestiales giran en espiral sobre su cabeza como geometría sagrada grabada a la luz de las estrellas. El cielo se fractura con un relámpago púrpura. El silencio zumba como una cuerda de violín arrancada por la eternidad.

Elizabeth