Un paseo de medianoche a través de las enigmáticas profundidades del antiguo bosque
En el profundo abrazo de la medianoche, un motociclista solitario recorre el corazón de un antiguo y extenso bosque. Los imponentes árboles, envueltos en un manto de oscuridad, se extienden interminablemente hacia arriba, sus marquesinas se entrelazan para formar una bóveda densa y sombría que se traga todo rastro de luz de luna. El estrecho y sinuoso sendero debajo de los neumáticos de la bicicleta es apenas visible, una cinta tenue y serpenteante atraviesa la maleza, iluminada solo por el haz afilado de los faros delanteros de la bicicleta. El aire es espeso con el rico aroma almizclado de la tierra húmeda y las hojas en descomposición, mezclándose con la crujiente picadura de la fresca brisa nocturna. Cada giro de las ruedas hace que las hojas susurren y las pequeñas ramitas se rompan, sus sonidos se amplifican en el mundo silencioso y nocturno. El zumbido constante del motor es un zumbido reconfortante, una melodía solitaria en el profundo silencio que envuelve el bosque. A ambos lados del camino, los árboles antiguos se ciernen como gigantes oscuros, con sus troncos anudados y nudosos por la edad. Sus ramas, cargadas de follaje, proyectan sombras largas y parpadeantes que bailan en el resplandor de los faros, creando un tapiz cambiante de luz y oscuridad. Ocasionalmente, la luz de la bicicleta capta el breve y reflexivo destello de los ojos que se asoman desde la maleza, insinuando las vidas ocultas dentro de las profundidades del bosque. El piloto, envuelto en un engranaje resistente y desgastado, navega con una mezcla de precisión cautelosa y confianza audaz. Se inclina en cada curva, la bicicleta se balancea suavemente entre los imponentes baúles, su enfoque es agudo e inflexible. La emoción del viaje late a través de él, una embriagadora mezcla de adrenalina y la calma profunda y primordial que proviene de estar solo en el desierto. A medida que se adentra en el bosque, el camino se vuelve más estrecho, serpenteando entre los árboles que ahora se arquean sobre su cabeza como la bóveda de crucería de una catedral. El mundo exterior se desvanece, reemplazado por la belleza primitiva, casi de otro mundo, del bosque nocturno. El gruñido del motor es un compañero constante, que resuena suavemente en el aire fresco de la noche, guiándolo a través de este reino oscuro y misterioso donde las hojas susurrantes y las sombras silenciosas cuentan historias de un mundo antiguo y atemporal.

Henry